Fue en 2013 cuando me acerqué por primera vez al mundo de la migración en Madrid; empecé a dar clases de baile africano con chicos que estaban en situación irregular, iba los domingos a reuniones interreligiosas…y cada vez iba cogiendo más confianza con alguno de ellos.
Cada vez me interesaba más este fenómeno de la migración (porque aunque nos hagan verlo como un problema, no lo es; es un fenómeno que ha existido siempre).
Un año después (2014) hice mi primer viaje a Etiopía, desde entonces he vuelto todos los años: me pago mi billete, aeropuertos, visado y vuelta, así de fácil.
Muchos de ellos llevaban más de 5 años sin poder ver a su familia, y no podían hacer nada.
Así fue cuando en 2017 decidí ir con Popy (mi compañera de camino) a vivir la Pascua a la frontera de España con Marruecos; Ceuta.
Otra vez más, lo que para nosotras fue una escasa hora en el ferry, para muchas otras personas es el cementerio donde se ahogan sus sueños y sus cuerpos.
Este viaje fue un punto de inflexión en nuestras vidas, hablo también por mi compañera.
Estuvimos con dos monjas Vedrunas que viven allí y se dedican en cuerpo y alma a defender los derechos de las personas migrantes a través de la Asociación Elín.
Elín es el nombre de un lugar bíblico donde los israelitas pudieron parar a descansar, allí había 12 fuentes de agua y muchas palmeras. Elín se identifica como un oasis en medio del desierto, un lugar de paso donde los migrantes parar a reposar y coger fuerzas antes de continuar su camino. Por eso el símbolo de Elín es un pie unido a una mano.
Uno de los momentos que voy a recordar toda la vida, es cuando el Jueves simulamos el lavatorio de pies con un lavatorio de manos: estábamos en la calle con guitarra, haciendo oración, silencios…
Eramos unas 90 personas, mezcla de personas migrantes que residían en el CETI y personas que veníamos de la península a conocer esta realidad.
Nos lavamos las manos unos a otros, en silencio, mirándonos fijamente en señal de humildad, comprendiendo que somos todos/as iguales a los ojos de Dios, tocando nuestras heridas, nuestras cicatrices.
Algunos seguían teniendo heridas infectadas después de cuatro meses, otros con los dedos incompletos, con marcas que tendrían de por vida, y que les recordarán que ningún sueño es imposible. Por nuestra parte, aunque nuestras cicatrices no fueran visibles, también estaban ahí, cada una veníamos con nuestra propia mochila a cuestas. Me gustó mucho esto porque fue un gesto de que las personas nos necesitamos unas a otras para levantarnos y seguir caminando.
Llegaba el momento de acompañar a Jesús en esa noche de Jueves antes de su detención, cuando soportó el sufrimiento y el abandono.
Para ello hicimos esa noche un camino nocturno de unas dos horas andando hasta llegar hasta lo más alto de Ceuta.
Oraciones, canciones y testimonios nos acompañaron durante este rato. Tuvimos un rato de silencio para reflexionar, veíamos las luces de la frontera a lo largo de todo Ceuta…no podíamos ni siquiera concentrarnos en el silencia porque como dijo Popy: los ladridos de más de una veintena de perros nos atormentaban. Perros que ladran y avisan de que llegan nuestros hermanos. Este fue uno de los momentos de dolor de la experiencia, nos generó mucha impotencia y muchas preguntas:
Al día siguiente hicimos el viacrucis desde el CETI hasta la playa del Tarajal donde está la valla. Silencio. Se respiraba dolor, recuerdos. Playa que mata. Playa donde se respira miedo, prohibición, abuso de la autoridad. Playa donde no hay atisbo de libertad, pero playa donde se grita: BOZA”.
Es un grito que todo africano usa en cuanto logra saltar la valla. Es el grito que derrumba muros. Muros que no nos hacen más libres, sino que nos encierran dentro de ellos.
Estamos conectados a la ilusión de la seguridad que es la que alimenta y da energía a estos muros y vallas.
A veces pensamos que los muros se construyen para protegernos, pero me doy cuenta que para lo único que sirven es para desproteger a los que quedan al otro lado; y que por quedar al otro lado les despojamos de su calidad de personas (como dice Helena Maleno, gran defensora de los derechos humanos). Este muro además no nos permite ver lo que hay al otro lado, no nos permite ver lo que hacemos a este colectivo que a veces parecen ser “no personas”.
A pesar de todo ese sufrimiento que vimos y tocamos, nos fuimos con esperanza y con unas ganas infinitas de aportar nuestro grano de arena para luchar contra todas las injusticias que viven estas personas. No es casualidad la resurrección de Jesús…la vida siempre, siempre gana y se antepone a la muerte y al dolor. Nuestros hermanos africanos nos dieron una lección esos días de superación, de amor fraterno y de humildad.
Aún así, me sigue indignando esa facilidad que algunas tenemos para viajar de un lado del mundo a otro, y todas esas barreras y obstáculos que otras personas tienen que ir esquivando para buscar ese futuro.
Artículo 13 de los Derechos Humanos:
Remei Martínez Paredes