Había una vez una profesora, que daba clase a peques. Cada vez que la profesora hacia una pregunta, 20 manitos se alzaban corriendo gritando ¡Yo!, ¡yo me la se!, ¡elígeme a mí! Y cuando escogía, el resto ponía cara enfurruñada y se oían un par de… ¡Jope, yo me la sabía!.
Pasan los años y ahora la misma profesora da clase a niños y niñas mayores, de esos que no sabes si son ya adolescentes. Ahora, cuando hace una pregunta, ya no ve 20 manitos. Ahora, con suerte ve una. Ahora ya no se enfurruñan, ahora miran hacia los lados para que no les toque contestar.
Yo creo que esa transición ocurre cuando se pierde esa ilusión por todo y por nada, cuando ya no se reacciona ante la novedad con esa intensidad de una energía imparable, que puede fundir las pilas a muchos, o cuando ya no tiene esa curiosidad adictiva por verlo todo, tocarlo todo y saberlo todo.
O al menos, eso es lo que pienso yo. Lo que yo pensaba. O lo que pensaría si no hubiera tenido la oportunidad de salir de mi zona de confort, cogerme un avión y ver lo que pasa en otros sitios.
En otros sitios hay niños y niñas que se hacen mayores mucho antes, que con cuatro años tienen que saber andar, hablar y cocinar, que con “cara de personas adultas” tienen que ir a la compra, ir a por agua en vez de ir al colegio, o cuidar de sus hermanos en casa en vez de jugar en el patio.
En Etiopía nos topamos de frente con porcentajes como estos: Un 18% de los niños y niñas permanecen en sus casas para trabajar y un 8% tienen que ir a buscar agua al pozo más cercano, y de este 8% un 13% tienen que recorrer un camino de más de una hora, de quienes pueden asistir, un 7% de menos de 8 años acude sin acompañamiento a la escuela.
Pero no os creáis que nos tenemos que ir tan lejos para encontrar infancias así. Según UNICEF la pobreza infantil en España está entre las más altas de los países industrializados y en 2010 España se comprometió ante la Unión Europea a reducir en 250.000 el número de menores en situación de pobreza hasta 2020, pero, a día de hoy, el número de niños y niñas pobres sigue aumentando.
En diferentes zonas rurales de Etiopía nos preocupamos sobre todo por la primera infancia, en Muketuri recibimos diariamente a 349 niños y niñas de 3 a 6 años, a los que, aparte de educación, se les proporcionan dos comidas (desayuno y almuerzo), además atendemos a 85 niños y niñas en Mechela, a 42 en Arkiso, a 59 en Jebene a 64 en Gore Ketema y a 68 en Gimbichu.
Tras años trabajando en zonas desfavorecidas nos damos cuenta de que una de las herramientas que hará libre a la infancia es la educación.
Creemos y apostamos por los derechos de la infancia, por el derecho a aprender, a tener las necesidades básicas cubiertas, por el derecho a la sanidad, pero también apostamos al derecho a jugar, al tiempo libre, a gritar y a saltar de alegría, a divertirse….
Por lo tanto, queremos invitaros a reflexionar en este día tan importante. Que desde Emalaikat, desde tu casa y desde tu corazón luches por los derechos de todas las niñas y niños. Para que puedan salir a jugar, estudiar, reírse o llorar por una tontería si es necesario. Pero que, sin falta, puedan ser niñas y niños llenos de ilusión, sin preocupaciones, bien intensos y que levanten la mano hasta tocar el cielo.
Cristina Hornillos y Sofía García- Ramos Fojón.
Promover la creación y el desarrollo de recursos acuíferos sostenibles, especialmente en zonas áridas y semiáridas del planeta.
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