Diez días después de regresar, al repasar las fotos, una sonrisa sincera se dibuja en mi rostro, reflejo de la felicidad que aún late en mi interior. Es una felicidad que brota de la experiencia vivida, del privilegio de haber sido testigo de tanto en tan poco tiempo. Etiopía, con su belleza extrema, su diversidad desbordante y sus contrastes marcados entre la alegría y la miseria, me ha calado profundamente.
He conocido a personas cuya grandeza reside en su entrega total, guiadas por un amor inmenso hacia Dios y hacia los demás. Su labor transforma vidas, llevando agua, educación, salud y esperanza a quienes más lo necesitan. En lugares como Nyangatom, ver cómo la vida florece alrededor del agua me hizo comprender que, cuando esto ocurre de la mano de los misioneros, el impacto va más allá de lo material. Es una transformación integral que abarca el espíritu, donde crecen la fe, el perdón y la alegría compartida.
La analogía con la vida espiritual es inevitable: así como el agua sostiene la vida física, el Amor de Dios nutre el alma. Las misiones no solo prosperan en lo tangible, sino que también siembran amor y vocaciones, construyendo comunidades llenas de luz y gratitud. Las miradas de los Menits, brillantes de agradecimiento y amor recibido, son el reflejo más puro de esta verdad.
Etiopía me ha regalado encuentros inolvidables con Rosa, Lourdes, Blanca, Ángel, David, Alex, Adriana, María, Sarai, Amanda, Jactamu, Bella, Jimena y Ximena. Cada sonrisa compartida, cada gesto de cariño, ha dejado una huella imborrable en mi corazón.
Y, sobre todo, agradezco haber compartido este viaje con Luis y Mac, compañeros excepcionales que me ayudaron a descubrir matices de Etiopía que quizás hubieran pasado desapercibidos sin su presencia. Junto a ellos, exploré no solo un país fascinante, sino también la profundidad de sus corazones generosos.
Este viaje ha despertado en mí un amor profundo y una gratitud inmensa, sentimientos que llevaré conmigo siempre
Chato Domecq
este artículo me llega al corazón, tengo pendiente ese viaje que si Dios quiere haré, pero comparto la gran suerte de conocer a muchas de las personas increíbles que has nombrado. Un regalo que cada vez más buena gente conozcan de primera mano la gran labor de esa Comunidad Misionera. Gracias por compartirlo.