¿UNA PROFE MUSUNGU?

Es difícil escribir sobre algo que sobrepasa la mente y el corazón, pero aquello que se siente y no se comparte se acaba perdiendo.

Nunca pensé que fuera a conseguir volver a casa a mitad de curso, integrar una parte especial de mi vida en mi propia vida, en el día a día.

Volver a Koku no sería oasis al final de curso sino sombra a mitad de camino. 

 

Así empezó mi aventura, con muchas ganas, ideas y nervios puse rumbo a Koku un 13 de enero.

 

Dejaba muchas cosas en Madrid: personas, proyectos, comodidades…

para embarcarme en algo inimaginable.

Después de haber estado en verano pensé que ya “lo había visto todo”, que volvería y ya tendría una parte muy importante trabajada, pero nada más lejos de la realidad…

Esta vez me iba a sumergir tan a fondo en su realidad, en su día a día que no podría volver a mirar la Educación y el cuidado a la vida de la misma forma. 

 

La llegada a Koku fue una locura,

 

a los 20 minutos de bajarnos del coche me tuve que hacer cargo de la clase de Beginners

(los más pequeños que aún no hablan inglés y estaban en su cuarto día de cole por primera vez en su vida)

para que Lawrence se subiese al poblado de Ekurruchanait a ayudar con la traducción a las misioneras.  Así que me dejaron a mí a cargo de la clase.

 

Al principio parecía tener todo controlado, los niños me miraban expectantes, y yo a ellos.

La comunicación era nula,

ellos me hablaban en Turkana y yo no les entendía,

yo a ellos en inglés y tampoco me entendían,

por lo que trataba de captar su atención con diferentes sonidos y juegos de repetición.

Pero fue a la vuelta del patio cuando la situación fue incontrolable,

pedí ayuda a dos de las profes encargadas de PP1 y Baby Care para que controlasen un poco el barullo,

después conseguimos que los niños se sentasen en el suelo a pintar y ahí conseguí controlarlos.

Creo que pasé la prueba del reto, pero aún quedaba camino por recorrer.

Salí al borde del colapso, un poco frustrada también, pero con ganas de llegar el próximo día y seguir intentándolo.

Ser la “Madame” musunguque no habla su idioma era una barrera enorme a la hora de conectar con ellos y tratar de enseñarles algo.

 

El resto de días estuve con Félix en PP2, con los más mayores.

Nos convertimos en colegas maestros y juntos buscábamos llevar a nuestros alumnos a lugares donde no habríamos creído que llegarían.

Uno de los retos más grandes era trabajar la comunicación sobre las emociones, tema de mi TFG (Trabajo Fin de Grado) del cual lleve muchas propuestas y actividades para probar en el aula.

Fue muy gracioso ver cómo los niños empezaban a expresar o a buscar una respuesta afectiva por nuestra parte.

Entender la forma de comunicarse que ellos tienen e integrarla en mi forma de dirigirme a ellos fue un proceso muy bonito de dejar de lado mi “modo” para llegar al suyo. 

 

La experiencia en el cole ha sido increíble, dura y sorprendente.

 

Increíble porque es ver cómo empiezan las cosas, cómo empieza la educación en un lugar donde no ha estado nunca, cómo niños de 8-9 años están todavía en infantil y disfrutan de la oportunidad del cole y tratan de aprender el máximo posible. Increíble también porque nunca me había imaginado estar formando parte de un equipo de maestros en Kenia donde ni el lenguaje ni la cultura es la misma, pero escuchaban con atención todas las propuestas que hacía sobre cómo podríamos mejorar la calidad del aprendizaje de los chicos.

También estoy muy agradecida con TeacherFélix que me animaba a llevar las clases, a proponer actividades, a cambiar cosas… 

 

Dura porque había una barrera enorme que romper con los chicos para poder conectar con ellos.

La cultura y su forma de vida chocaban mucho con mi concepción sobre la infancia y la educación y eso me llevaba a vivir situaciones que ocurren en clase con inseguridad e incomprensión.

Conectar con ellos era difícil, conseguir que hicieran caso también, que no les asustase un poco mi presencia, que vinieran a enseñarme a mí los “deberes” y dejar que fuera yo quien lo corrigiera…

Todo esto con una comunicación escasa, por lo que había que hacer un extra de esfuerzo en ser capaz de trasmitir ese lenguaje no verbal que entendieran y confiasen.

Estaba siendo todo un reto, con mis frustraciones y mis dosis de alegría que me hacían querer seguir intentándolo.

En clase encontrabas chicos como Nasike, Ewoi, Moses, E Ron Gat, Patricia, Locol…, que miraban y veían más allá de la musungu, de la barrera del color y el idioma y pedían que les retase, que les ayudase a seguir aprendiendo. 

 

Sorprendente porque cada día era diferente y especial por algo, tanto para bien como para mal. Sorprendente también porque va más allá de la educación que nosotros entendemos, porque demuestra que los factores ambientales influyen de una forma increíble, como en los niños desnutridos.

 

Se notaba mucho qué niños habían sufrido desnutrición en cuanto a su desarrollo y aprendizaje respecto a los que no.

 

Es difícil de imaginar lo que ocurre allí, es complicado ver cómo los niños llegan con sus ropitas rotas y sin zapatos, quizás de llevar andando bastante tiempo o de venir cargando con su hermano pequeño, guardan su camiseta en un cubo y se ponen por encima el babi para comenzar la clase. 

 

En definitiva, ser profe en Turkana no tiene nada que ver con serlo aquí.

Allí te juegas enseñar a tus alumnos a vivir de otra forma, a mirar al mundo y a los demás desde unos ojos nuevos.

Es ser hogar para muchos niños, seguridad y refugio.

Y esa es la lección más importante. 

 

Silvia Ortiz Domínguez 

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